sábado, 14 de julio de 2007

Teniendo en cuenta que tu habitas todo aquello donde no te quedas



Teniendo en cuenta que tú habitas todo aquello
donde no te quedas
tendría que referirme a tu peineta, a tu nombre,
a todo aquello que tus sentidos fecundaron
y que reclaman desde su aliento o su forma
el necesario gobierno de tu imagen.

Una silla, por ejemplo, te dibuja acomodándote el cabello;
el café
- que tantas veces fue el prólogo de nuestro beso -
me recuerda todavía a como sabe tu garganta.
Yo se que tienes algo de membrillo
porque esa tarde te dió antojo
y luego me besaste.

Están los cerillos, el teléfono,
la página 100 de los Cien Años de Soledad que no continuaste
por supersticiosa.

Estan los otros muebles y artefactos
dictándome tu oficio de musa o de verso:
la lámpara hablándome de tu piel,
el cenicero revelando tus miedos.

Sobre el velador
una fotografía cuenta como tu perfil diseca el día
y como camina el sol sobre tus manos,
mientras tu sombra invade la gravedad del aire
y tu mirada tuerce una extremidad del viento.

Todo lo preñaste con tu tacto, con tu sonido,
con tu ortografía.
Pocas cosas no llevan la firma de tus ojos.
Tu ausencia es una gran conspiración
donde todas las cosas se organizan
para que no te vayas.
Solo a mí me dejas huerfano, solo a mí.




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